Llegan unas 30 personas con camisetas donde están estampados unos rostros, el de sus desaparecidas y desaparecidos. Un mensaje en el centro de la camiseta: YO HABLO DE LOS DESAPARECIDOS. Con cuidado llenan el espacio -una plaza- con retratos, con sus fotos, con nombres.

El dolor compartido

La desaparición es un dolor que las moviliza, las convoca en una exigencia colectiva de justicia, memoria, verdad; un dolor que para ellas se vive desde los afectos y la movilización política.

El dolor de la desaparición forzada parte de lo indecible, no se reduce a las palabras o al cuerpo en su insondable oquedad, no deja jamás de insistir, la palabra no puede jamás eliminarlo, ningún significante puede hacerlo (Murillo, 2008). El dolor que es indefinido en el tiempo y que apela a la memoria como forma de resistencia, encuentra maneras posibles de habitar desde lo simbólico, desde el ruido y desde el silencio, desde la experiencia individual y colectiva.

El dolor de la pérdida de los cuerpos ausentes y de la indiferencia marca un sentido de colectividad e identidad común, que convoca y reúne, aunque no sea homogénea.

Los gestos de las mujeres familiares de personas desaparecidas, que incluyen galerías de la memoria, murales, movilización social, exigencia al estado por la verdad y la reparación, política pública, dignidad, entre otras, ofrecen una forma de habitar el dolor desde el tejido de unas relaciones estéticas, políticas, sociales, gestuales y simbólicas, se enmarcan en un escenario que es político.

El dolor compartido alrededor de las personas desaparecidas se dibuja uniendo puntos, trazando lo íntimo con lo público, lo irreparable con lo político, el ruido con los silencios, los cuerpos de las mujeres con los cuerpos ausentes. Dibuja las relaciones de los cuerpos ausentes y gestos de los dolientes.